El patriarcado tiene sexo, es masculino y es bajo esa mirada que se organizan las diferentes sociedades en el mundo. Mientras tanto el machismo como su expresión extrema surge del sistema de creencias, actitudes y conductas que recrean el poder, la dominación masculina y la subordinación femenina. Machismo son esas conductas, mensajes y acciones cotidianas que ubican a los varones en una situación de supremacía en relaciones a las mujeres y otras personas feminizadas por el patriarcado. El estereotipo de varón machista es occidental, blanco, heterosexual y propietario, condiciones básicas en el imaginario social para expresar y ejercer poder.
Cada día es más claro para la sociedad que son las mujeres las que lideran la lucha antipatriarcal porque son las que sufren la asimetría socio-económica-cultural a la vez que sus necesidades tienen poca o nula respuesta de las instituciones republicanas de los Estados de toda América.
El movimiento de mujeres viene diciendo NO y ese NO suena y resuena cada vez más fuerte, lo que produce la contraofensiva de los macho-activistas, ya sea en Argentina o en cualquier país donde las mujeres conquistan y fortalecen derechos e irrumpen en el espacio público, lugar donde hasta hace un tiempo los machos circulaban impunemente.
A muchos varones es inútil explicarles que los derechos de las mujeres nunca pueden perjudicarlos porque ellos con su mentalidad machista evalúan como perjudicial la pérdida de sus históricos privilegios. Ese colectivo machista está conformado por los hombres que tratan consciente y activamente de sostener, cualquiera sea el costo que les imponga el patriarcado, la dominación masculina y la subordinación de las mujeres. Cuentan con el acompañamiento de esas mujeres colonizadas por el patriarcado, que gozan por extensión de los privilegios masculinos y que tienen palabras descalificatorias hacia la lucha de sus congéneres.
Quienes integran esos grupos machistas van desde los que con aire de ingenuidad afirman y preguntan “A ellas no se las entiende, ¿y ahora que quieren?”; o los “humoristas” que con poca inteligencia solo relatan chistes sexistas, homófobos, racistas y clasistas; o los macho-explicadores que aconsejan a las mujeres ”pará chiquita, yo te voy explicar lo que es la vida”, o intentan decirle a las feministas cómo deben comportarse mientras ponen cara de expertos en la liberación femenina, hasta los que ejercen violencia de género extrema contra las mujeres, golpeando, violando y asesinando.
Encontramos también a los que intentan dividir a las feministas con el amplio movimiento de mujeres acusándolas de “hembristas”, “feminazis”, “feministas radicales”, “gestapo feminista”, “fanáticas feministas”, “feministas que odian a los hombres”; o aconsejan que “las feministas deben cuidar que su brazo fundamentalista no se los coma”. En general son “varoncitos” que antes no hablaban de las injusticias sufridas por las mujeres pero, desde hace un tiempo, no pierden oportunidad de intervenir. Sus afirmaciones ocultan la histórica y mundial asimetría estructural que existe en beneficio de los hombres, mientras que con sus gestos “benévolos” tratan de mostrar que quieren lo mejor para la humanidad (o sea ellos) y proponen un discurso supuestamente ético y siempre mentiroso. Queda claro que estos machos solo cambiarán o aceptarán la nueva realidad por el sostenido NO de las mujeres.
La inmensa mayoría de varones está aún muy atrás de la pacífica revolución feminista y esa lejanía mantiene la dramática realidad de la violencia hacia las mujeres y su máxima expresión, los femicidios, pues es en esa masa de hombres y de mujeres colonizadas por el patriarcado el contexto en donde se juegan las violencias contra las mujeres, niñas y niños.
También son políticamente muy fuertes los varones prostituyentes; los que alquilan cuerpos de mujeres pobres convirtiendo sus deseos de ser padres en derecho y los que con poder político y religioso impiden que las mujeres decidan sobre sus cuerpos.
En nuestra sociedad hay hombres que simpatizan con la lucha de las mujeres. Muchos profundizan esa empatía modificando creencias y conductas logrando configuraciones familiares más democráticas e igualitarias.
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Nota: El contenido mostrado en el presente artículo fue hallado en Clarín.