¿Dónde está Bután?
Es un pequeño reino en la cordillera del Himalaya, entre Nepal, Tíbet (China) e India.
¿Cuántos son ustedes?
Unas 800.000 personas, la mayoría agricultores y ganaderos, como lo eran mis padres.
¿Y usted?
De niño pastoreaba vacas, mi aldea era mi universo. Me daba miedo ir a la escuela. Pero mis padres insistieron. Eran analfabetos ¡pero muy sabios!
¿Por qué?
Vivieron juntos y felices durante 75 años. Decidían con sabiduría y siempre acertaban. Me eduqué en sus sólidos valores. Y estudié.
¿Qué aprendió?
Que la escuela es decisiva, primer vínculo de la persona con el mundo, y que tener buenos profesores es determinante.
¿En qué sentido?
No tanto por lo que te enseñan, sino como modelos de cultura y valores, porque te transmiten sus convicciones y filosofía, su sentido de la vida y visión del mundo.
Y se hizo usted profesor.
Sí. Para acompañar a los alumnos en la exploración de la vida, no para convertirlos en piezas de una máquina productiva.
Eso temía Nietzsche, una escuela fabricante de obreros en serie.
La escuela debe liberar al alumno, fomentar la creatividad de cada uno, elevarle a ambiciones más elevadas que un sueldo.
¿Y eso es posible en Bután?
Sí, desde que el rey tuvo una inspiración…
¿Qué inspiración?
Abdicó, convocó elecciones libres y creó el índice de felicidad nacional bruta (FNB).
¿Felicidad nacional bruta?
Un índice nuevo y distinto para valorar a los países. Entendió que medirse por el producto interior bruto (PIB) es reduccionista: no avala el bienestar de los ciudadanos.
Pero la riqueza sí ayuda al bienestar…
¿Tu bienestar sólo depende de la riqueza material? Hay otros factores inmateriales…
¿Qué factores?
La bondad, por ejemplo. Aprender a vivir feliz, por ejemplo. Mis alumnos reflexionan sobre cómo sería la vida sin poesía, pintura, música, belleza… De ahí la relevancia de la educación, que afirma la santidad de la vida.
Suena muy místico.
No, suena a vivir de un modo más armonioso contigo mismo, con tu familia, con tu sociedad y con tu entorno.
Pero todos queremos ser más ricos.
Un país puede ser muy rico pero su gente llevar una vida muy torturada. Un país puede ser menos rico ¡pero su gente llevar una vida más armónica!
¿Y el índice de FNB mide eso?
Sí, la buena vida de los habitantes de un país.
¿Son felices todos en Bután?
No: estamos en un proceso, tenemos ese proyecto aspiracional. ¡Y la educación es fundamental!
¿Qué hacen?
Desplegamos una red de escuelas verdes y enseñamos una relación armónica con la naturaleza, porque explotar los recursos naturales hasta destruir el entorno no conllevará bienestar a largo plazo, por mucha riqueza material que genere a corto plazo.
Muy sensato.
Queremos educar para la felicidad de las generaciones venideras, no sólo de la presente.
Por ejemplo.
Con los alumnos reflexionamos sobre enunciados como “¿ser importante es mejor que ser bueno?”, “¿qué cualidades nos diferencian del resto de los animales?”, “¿cómo reaccionar si en una compra te devuelven más cambio del que te corresponde?”, “¿cuándo fue la última vez que ayudaste a alguien a sentirse mejor?”…
¿Su rey estuvo inspirado o le asesoraron filósofos?
Era un joven ardoroso pero sabio, se le ocurrió a él, a Jigme Singye Wangchuck: vio que todos necesitamos un sueño, y los países también, una estrella a la que mirar.
¿Qué hace hoy el rey?
Tras abdicar hace diez años, se fundó una monarquía constitucional y hoy reina su hijo, Jigme Khesar Namgyal Wangchuck, que tiene 35 años.
¿Están notándose ya los efectos de su aspiración?
Para empezar, el 60% de nuestro territorio son bosques que no podemos destruir, eternamente protegidos, y preservamos nuestras tradiciones sin renunciar a la tecnología y la modernidad.
¿No desfallecerán?
No, por mucho que sea más fácil conseguir un alto PIB que un alto FNB, a corto plazo. Pero nos interesan más la equidad, la justicia, la bondad, la inteligencia, la salud de la tierra… que la renta. ¡Esto es más difícil, pero más deseable! Pensamos a cinco generaciones vista.
Dígaselo a los políticos de aquí.
El índice FNB es una tabla que pondera indicadores materiales e inmateriales, objetivos y subjetivos, en el que aunamos economía, conocimiento y conciencia, porque ya sabemos que lo que de verdad cuenta no es siempre lo que puede contarse.
Cortesía: La Vanguardia